lunes, 27 de octubre de 2008

"Dark Waters", de Mario Baino


FICHA ARTÍSTICA:

Título Original: "Dark Waters"/ Dirección: Mario Baino/ Guión: Andy Bark y M. Baino/ Producción: Andy Bark y Victor Zuev/ Fotografía: Alex Howe/ Montaje: Rick Littler y M. Baino/ Música: Igor Clark/ Efectos de Maquillaje: Richard Field y David Mundin/ Reparto: Louise Salter, Venera Simmons, Mariya Kapnist, Lubov Snegur, Alvina Skarga, Valeri Bassel, Pavel Sokolov, Anna Rose Phipps, Tanya Dobrovolskaya. Italia/Rusia/Reino Unido, 1993. Color. 92'

Esta ópera prima de Mario Baino (y su único largo hasta la fecha) es de esas películas que a uno le reconcilian con las horas y horas de búsquedas e indagaciones a través de subproductos sin ningún interés, que uno ingiere con la íntima esperanza de encontrar algo que valga la pena. Está claro que si dicha búsqueda persigue reencontrarse con los esquemas del terror italiano más querido y genuino, últimamente todo son sinsabores.

Hasta que, de repente, llega a tus manos (a tus ojos, mejor dicho) el filme que nos ocupa hoy. Y entonces todas aquellas horas perdidas cobran su sentido. Porque encuentras exactamente lo que estabas buscando. Aquello que creías ya irrepetible, siquiera en su forma más superficial. Acostumbrados a un terror completamente alejado de las atmósferas góticas y pesadillescas de los Bava, Argento, Avati, Margheriti, etc. de las buenas épocas, hete aquí un producto digno de ser, sino comparado, al menos situado en aquellos parámetros creativos.


En "Dark Waters" asistimos a las indagaciones de una joven acerca de los orígenes de su familia y, por tanto, de los suyos propios. Indagaciones que la llevarán a un tétrico convento situado en una isla casi inaccesible. Una vez allí, en compañía de su hermana, reclusa en el lugar, tratará de llegar al fin del misterio. Por el camino, toda clase de motivos más que convincentes para salir por patas.

Una disculpa argumental de bajo calado, para una obra preocupada casi en exclusiva por las cuestiones visuales y atmosféricas. Estamos en el terreno del Argento más etéreo y onírico. El de "Inferno" o "Suspiria". Es algo que Baino deja claro desde el primer instante, que por ahí van a ir los tiros. Por lo tanto, poco puede achacársele en ese aspecto. En todo caso, se trata de una bendita decisión. Porque la película ofrece argumentos más que sobrados para producir el deleite de un espectador que precisamente eso es lo que busca, cansado de los actuales y repetitivos esquemas formales y narrativos.

La narración posee todo el tono y la cadencia de los malos sueños, con el convento como protagonista esencial, absolutamente claustrofóbico. En su interior, las sombras, los tonos rojizos que producen las velas y los candelabros, las pinturas siniestras... y naturalmente: las monjas. Todo ello, mientras la protagonista se debate entre la necesidad de conocer y el miedo a lo que pueda descubrir. Una protagonista que recuerda en cierto modo al personaje que Argento pergeñó para Jennifer Connelly en la maravillosa "Phenomena". Puesto que aquí también encontramos a otra adolescente con una indisimulada influencia de la figura paterna, que de repente se ve inmersa en una especie de pesadilla vivida, de la cual se hace difícil escapar.


En el apartado técnico, Baino se desenvuelve con aceptable corrección. Además de su excelente aprovechamiento de escenarios, luz, etc. también sabe servirse a la perfección de una banda sonora de cariz minimalista, que acompaña y sugiere, sin molestar. Cosa que no siempre se consigue en estos casos. Del mismo modo, ciertas (patentes) incongruencias del guión, quedan eclipsadas por la sugestividad visual, que todo lo llena.

¿Estamos pues ante un ejercicio de estilo por parte de un alumno aventajado de los Maestros del terror gótico transalpino? Pues es muy posible que así sea. Pero si en este caso comparamos el trabajo del alumno con las últimas creaciones del "profesor" (yéndonos, sin ir más lejos, a la tan esperada y tan sólo parcialmente satisfactoria "La Terza Madre" de don Dario), la del alumno gana con bastantes cuerpos de distancia. Lo cual no deja de ser paradójico. Tal vez porque la obra de Baino es más autoconsciente.

Así pues, he aquí una de las contadísimas muestras dignas de terror italiano (en exótica co-producción con Rusia, por cierto) dentro de la escasamente prolífica década de los noventa y que junto a otras más conocidas como "Dellamorte Dellamore" de Soavi, o la infravalorada "El Síndrome de Stendhal" del propio Argento, ayudaron a mantener el pabellón de los inventores del giallo, sino en lo más alto, sí a una altura suficiente en aquellos años. Tal vez "Dark Waters" no sea una perla del todo legítima y única. Pero por lo menos da el pego. Vaya si lo da.

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