domingo, 11 de mayo de 2008

"Premonición", de Mennan Yapo


FICHA TÉCNICA:

Título Original: "Premonition"/ Dirección: Mennan Yapo/ Guión: Bill Kelly/ Producción: Adam Shankman/ Fotografía: Torsten Lippstock/ Montaje: Neil Travis/ Música: Klaus Badelt/ Efectos especiales: Jack Lynch/ Reparto: Sandra Bullock, Julian McMahon, Nia Long, Peter Stormare, Amber Valletta, Kate Nelligan, Shyann McClure, Courtney Taylor Burness, Marc Macaulay, Irene Ziegler. USA. 2007. Color, 96'

Sandra Bullock persiste en querer demostrar que es una actriz de verdad, no únicamente el rostro recurrente para las comedias románticas amables y de escasa enjundia, lo cual me parece estupendo. Pero después de ver esta enésima tentativa sólo puedo decir: "síguelo intentando, Sandra".

"Premonición" constituye, además de un vehículo más, destinado a tratar de mostrar la pretendida capacidad de esta intérprete, un nuevo producto de esos que ahora están tan en boga, cuyo principal fin parece consistir en conseguir epatar y mantener en vilo al espectador, a base de giros de guión sorprendentes.

El resultado me parece más patético que otra cosa. Tanto en lo que atañe a lograr que nos creamos de una vez la vena dramática y "seria" de Bullock, como en lo que respecta a clavarnos a la butaca y dejarnos con la boca abierta (en este caso, los bostezos no cuentan).

La excusa argumental viene a resumirse en las tribulaciones que una esposa y madre sufre cuando asiste a la (aparente) muerte de su marido en accidente, amén de otra serie de situaciones dramáticas, que no parecen ser del todo verdaderas, por cuanto se empiezan a contradecir unas con otras, desafiando a la lógica, hasta el punto de poner en riesgo la salud mental de la pobre mujer, por no ser capaz de distinguir lo ficticio de lo real. Finalmente, descubrirá que todo obedece a un misterioso poder para adelantarse a los acontecimientos que van a ocurrir. De ahí el título de la peli.


La puesta en escena, voluntariosamente "estilosa" y elegante, no deja de ser un conglomerado de influencias de este tipo de cine que, como decíamos, últimamente parece gozar del aprecio de los guionistas empeñados en reinventar el thriller psicológico y que más que reinventarlo, no hacen más que repetirse a base de argumentos pueriles y pillados por los pelos. Pero inquietar, lo que se dice inquietar, pues más bien poco. Sobretodo porque todo lo que ocurre en la película se sustenta de un modo tan endeble con lo que se pudiese considerar como una idea argumental consistente, que más bien parece obedecer al más puro capricho. En ningún momento nos sentimos partícipes de las vivencias de la protagonista, a causa tanto de su falta de talento interpretativo (algo tan esencial para un actor como el dominio de su propia voz, que la Bullock es algo que está muy lejos de poseer) como de la aludida deriva continua de la trama, que avanza de forma torpe y carente de interés, una vez hemos asistido a los primeros dos o tres golpes de efecto.

Todo ello le otorga a esta obra una factura de telefilme de tercera división, a la que tampoco contribuyen unos personajes secundarios igualmente planos y anecdóticos. Desde la amiga de la protagonista, intepretada por Nia Long, hasta su marido (el sosísimo Julian McMahon). Incluso un actor tan interesante en ocasiones como Peter Stormare aquí resulta tan poco creíble y estereotipado como en "Constantine", por poner un ejemplo de otra lamentable aparición suya en estos últimos años.

Y es que cuando un guión juega tanto al efectismo, para a la postre terminar con un desenlace tan previsible como cobarde (oculto tras una engañosa audacia), el sabor de boca es agrio. Acabas exclamando un sonoro "anda ya!" en cuanto asoman los títulos de crédito.

En este caso, si bien es cierto que, al contrario de lo que ocurre en ocasiones con este tipo de historias, no hay grandes "trampas" que desvirtúen el valor del guión, ni siquiera es necesario que las haya para que la película no merezca ni siquiera el aprobado, ni para que se produzca dicha desvirtuación. Porque es aburrida, repetitiva, plana y porque no consigue despertar el más mínimo interés. Es más, obedece a un planteamiento tan poco valiente (en el que todo vale), que ni siquiera cabe trampa alguna, puesto que no hay por dónde meterla.

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