sábado, 24 de mayo de 2008
"Ruby", de Curtis Harrington
FICHA ARTÍSTICA:
Título Original: "Ruby"/ Dirección: Curtis Harrington/ Guión: George Edwards, Steve Krantz, Barry Schneider/ Producción: George Edwards y Steve Krantz/ Fotografía: William Mendenhall/ Montaje: Bill Magee/ Música: Don Ellis/ Efectos Especiales: Al Shelly/ Reparto: Piper Laurie, Stuart Whitman, Roger Davis, Janit Baldwin, Sal Vecchio, Paul Kent, Len Lesser, Crystin Sinclaire, Jack Perkins, Eddy Donno, Fred Kohler, Jr. USA. 1977. COLOR, 86'
Antes de que, en la década de los ochenta, Curtis Harrington se convirtiese en un triste director de episodios para culebrones como "Dinastía", "Hotel" o "Los Colby", nos regaló un buen puñado de obras más que interesantes dentro del género de terror, todas ellas adscritas a la Serie B. Entre las más destacadas podríamos citar "¿Qué le pasa a Helen?", "¿Quién mató a Tía Roo?" y, por supuesto, la que nos ocupa.
Del mismo modo que en las mencionadas cintas, había un clarísimo componente de grand guignol al más puro estilo Robert Aldrich en obras como "¿Qué fue de Baby Jane?" o "Canción de cuna para un cadáver", aunque naturalmente, sin llegar a esos niveles de grandeza, aquí también Harrington acude a ese tipo de esquemas. Para la ocasión, contó con una excelente Piper Laurie, justo después de ponerse en la piel de la inolvidable y terrible mamá de Carrie y así de algún modo emular las rotundas presencias de Bette Davis o Joan Crawford. O sin salirse de su propia filmografía, la de la asimismo grandiosa Shelley Winters.
Ruby, ex-artista madura que regenta un autocine, es la madre de una adolescente que ha crecido traumatizada por la ausencia de su padre, hasta el punto de ser muda desde su mismo alumbramiento. Un padre que fue asesinado precisamente la noche del nacimiento de la niña, a manos de unos gangsters de los cuales, y sirviéndose del cuerpo de su propia hija, el muerto se vengará años después. Todo ello, ante los ojos de la desequilibrada Ruby, que a su vez también se siente atemorizada por esa presencia de ultratumba del "difunto" marido.
A pesar de que ser el centro de la función le corresponde a Piper Laurie y su personaje, con abundancia de momentos para su particular lucimiento, encontramos una atractiva trama sobrenatural. No del todo original, pero cuyo mayor interés radica precisamente en la cantidad de distintos elementos que posee. Y es que, integrados de un modo u otro en el argumento, hay pequeños homenajes y alusiones constantes al cine clásico, a la ciencia ficción de serie B, etc. Sin olvidar referencias mucho más recientes en el tiempo, como "El Exorcista".
Con todo ello, sin embargo Harrington se las ingenia para elaborar un pastiche con entidad propia, que se enmarca de lleno en el contexto de sus anteriores filmes de ese mismo estilo, mencionados al principio. También es destacable la afinada caracterización de cada personaje, haciendo que todos ellos tengan su papel muy bien definido. En ese sentido, además de Laurie, cabe destacar la acertada elección de la joven Janit Baldwin. Una actriz que no se ha prodigado en exceso, pero que aquí da perfectamente el tono requerido a su personaje.
El filme tiene sus defectos, es indudable. Sobretodo referidos a cuestiones de verosimilitud, ya que en algunas ocasiones Harrington prefiere el efectismo a la credibilidad (esto se ve de forma especial en los repentinos ataques diabólicos que sufre la niña). Pero por contra, es tan agradecido en su indisimulado aspecto de Serie b genuina y entrañable, así como entretenida la narración, que se le acaba perdonando casi todo. Sin ir más lejos, un plano final descacharrante, por su encantadora ingenuidad. Incluso son detalles que hacen que la película resulte más simpática, si cabe. Además hay muertes, sustos, pinceladas gore, unos efectos especiales bastante apañados... Es decir que vale muy mucho la pena darle una oportunidad.
Después de ver obras como ésta, una vez más queda la sensación de que, antes de que el cine de terror pareciese más preocupado, desde su misma concepción, por situarse en unos márgenes y en unas etiquetas concretos, de los cuales parecía "prohibido" salirse, los años setenta no en vano han quedado como una de las épocas más ricas y estimulantes para el género. Ello es así, puesto que por lo general, primaba mucho más la consistencia de la historia, que la necesidad de situarse en unos parámetros preestablecidos que al final lo único que provocan es previsibilidad y repetición (espero que los fanáticos de los slashers no se me enfaden por esto último).
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