miércoles, 30 de diciembre de 2009

"Saw II", de Darren Lynn Bousman


FICHA ARTÍSTICA:

Director: Darren Lynn Bousman / Producción: Mark Burg, Gregg Hoffman y Oren Koules/ Guión: Leigh Wannell y Darren Lynn Bousman / Fotografía: David A. Armstrong / Música: Charlie Clouser / Montaje: Kevin Greutert / Diseño de Producción: David Hackl / Dirección Artística: Michele Brady / Maquillaje: Neil Morrill / Efectos Especiales: Tim Good / Efectos Visuales: Bret Culp / Reparto: Donnie Wahlberg, Shawnee Smith, Tobin Bell, Franky G, Dina Meyer, Emmanuelle Vaugier, Beverly Mitchell, Erik Knudsen, Tim Burd, Lyriq Bent, Noam Jenkins, Tony Nappo/ USA. 2005. Color. 93'

Apenas nueve meses después de la agradable sorpresa que constituyó el primer "Saw" de James Wan, llegó a España la primera secuela, en la que reaparecía Leigh Whannell, aunque únicamente en su faceta de co-guionista, a diferencia de la anterior, que también co-protagonizaba. También teníamos el primer cambio de director. En este caso se hacía cargo del film el joven Darren Lynn Bousman, que a su vez colabora en el guión. Con respecto a la primera, tan sólo repitieron delante de las cámaras Shawnee Smith y, claro está, Tobin Bell. Del papel protagonista se encargaba en este caso Donnie Wahlberg, que aparte de la circunstancia de ser el hermano de Mark Wahlberg, también es recordado como el suicida que aparecía en el prólogo de la magistral "El sexto sentido", o por la gran serie televisiva "Hermanos de sangre".

Entrando en materia, resulta difícil rehuir las comparaciones con la predecesora. De ahí que se nos pretendiese vender el producto como un filme más sangriento y truculento que el anterior, a modo de reclamo. Desde luego, no se trataba de una publicidad gratuita. En "Saw 2" asistimos a momentos ciertamente sórdidos y desagradables, en mayor medida que la media de este tipo de películas, en especial las que provienen de Hollywood, habitualmente bastante pudorosas. Oriente es cosa aparte, por mucho que ambas cinematografías cada vez parezcan transitar por caminos más cercanos en el terreno del fantástico, en especial gracias al interés casi vampiresco del cine yanqui por absorber todo aquello que, viniendo de fuera, supone una renovación en cuanto a sus propios esquemas, como hemos visto en los recientes remakes de filmes orientales que todos tenemos en mente.


Truculencias aparte, lo que ocurre es que quienes nos sentimos agradablemente sorprendidos por la primera película lo hicimos sobre todo por la presencia de un guión ciertamente inspirado y fresco, que daba la vuelta a las repetitivas y recurrentes situaciones del conjunto de historias de psychokillers nacidas a partir del gran éxito de "El silencio de los corderos" y "Seven". Parecía difícil encontrar algo nuevo y que fuese capaz de alcanzar similares cotas de interés para un aficionado curtido. Pero el caso es que la primera "Saw" tenía muy buenos momentos y conseguía sorprender e interesar. Lamentablemente, esta primera secuela se quedó a medio camino en ese aspecto. No porque no haya giros argumentales, que los hay. De hecho, el filme juega de continuo a desafiar al espectador haciéndole partícipe de todos los retruécanos y sorpresas. La lástima es que precisamente ese factor sorpresivo ya se ha perdido, y no sólo uno puede adelantarse a lo que va a ocurrir con cierta facilidad, sino que al estar pendiente de continuo del rumbo de los acontecimientos desde ese punto de vista, la narración propiamente dicha pierde interés y se resiente. Y es que, mala cosa cuando uno tiene que estar más pendiente de las “trampas” de la historia que de la propia historia.

Una diferencia importante entre esta secuela y la original radica en el protagonismo más acusado del asesino, y de ahí su mayor presencia en pantalla. Aquí podemos conocerle mejor y, ciertamente, constituye un personaje interesante. Se erige en una especie de moderno villano gótico y torturado con ínfulas existenciales y todo, cuyos tejemanejes criminales no dejan de ser trampas de folletín revestidas de imaginería “modernilla” de estética industrial. De hecho, los personajes que aparecen como víctimas potenciales del siniestro juego están encerrados en una casa (en lugar de castillo) repleta de habitaciones-trampa y de mugre perfectamente prediseñada. En ese sentido, y junto a la sordidez de las muertes, uno nunca pierde de vista que se halla ante un producto con estética de videoclip, y eso siempre resta fuerza y disminuye el realismo.


Acerca de los personajes, no hay mucho que decir. El policía caracterizado por Wahlberg, con unas dotes interpretativas similares a las de su hermano por cierto, no es sino un compendio de tópicos sin nada destacable. Y con respecto a los secuestrados en la casa, los mismos tópicos, pero por separado: un negro, un latino, una rubia, una morena… y el hijo del protagonista, al que teóricamente el espectador ha de sentirse más cercano. Tal vez por eso resulta tan difícil sentir algún tipo de afinidad con el resto. Ignoro si estaba planteado así o no desde el guión, pero el caso es que funciona. De todos modos, no me parece una buena opción pretender que quien ve la película se sienta tan distanciado emocionalmente de las víctimas. Creo que esa circunstancia lo que provoca precisamente es que la atención se centre en exclusiva en los aspectos de guión, de ahí que a mayor prevención, menos posibilidad de ser sorprendido, que, como ya se ha dicho, parece ser el principal interés de los artífices de la película.

Así pues, ¿estamos ante la típica secuela inferior al original? Pues sí y no. Sí, porque el mencionado factor sorpresa, tanto desde el punto de vista global, como de momentos puntuales en la película, no es igual de efectivo que en la anterior, cuyos evidentes hallazgos no se repiten. Y no, porque el filme en su conjunto, y sin tener tanto en cuenta al anterior, funciona. A lo largo de los noventa minutos que dura el mismo, al espectador no se le permite un respiro. En ese sentido, no puede hablarse tanto de secuela fallida como de secuela menos inspirada que su predecesora.

De las numerosas secuelas que vinieron después, ya hablaremos otro día. O casi mejor... nunca.

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