sábado, 9 de enero de 2010
"Aragami", de Ryuhei Kitamura
FICHA ARTÍSTICA:
Título original: "Aragami"/ Dirección: Ryuhei Kitamura/ Guión: S. Masumoto, R. Takatsu y R. Kitamura/ Fotografía: Takumi Furuya/ Montaje: Shuichi Kakesu/ Música: Nobuhiko Murino/ Diseño de Producción: N. Ataka y Y. Hayashida/ Efectos Especiales: Tanaka Atshiko/ Reparto: Takao Osawa, Masaya Kato, Kanae Uotani, Tak Sakaguchi, Hideo Sakaki. Japón. 2003. Color. 78'
He aquí la película que puso a Kitamura en el mapa. Después ya vendrían "Azumi", "Sky High" y la aventura americana de la adaptación de "El tren de la carne de medianoche". En todo caso, se trata de un cineasta con cierto bagaje, con bastantes películas que abarcan poco más de una década. No estaríamos hablando de alguien tan prolífico como Takashi Miike (es dudoso que exista) pero sí parece llevar un buen ritmo creativo.
"Aragami" es una de esas obras que uno de vez en cuando agradece encontrarse, por lo rupturista (siempre hasta cierto punto) y porque siempre es agradable que se abran nuevas vías dentro del cine fantástico.
Aunque realmente, lo que Kitamura nos propone aquí es casi un puente entre el cine más contemplativo y calmado de sus maestros nipones (de nuevo, hasta cierto punto) y la más rabiosa actualidad del género.
De este modo, la película se abre con dos samurais que, bajo un tremendo diluvio, llegan (uno herido de muerte) a un misterioso lugar (mitad refugio, mitad templo) que en cierto modo podría equipararse a "la puerta" de "Rashomon", por lo que tiene de limbo o espacio de transición en el que los personajes buscan refugio, pero que a la vez esconde secretos.
En este caso, el secreto es evidente. Y es que desde el primer momento queda claro que el propietario del lugar no es trigo limpio. Pero eso, a pesar de sospecharlo desde el principio, lo iremos descubriendo y reafirmando poco a poco, a medida que avance esa noche lluviosa y desapacible, con los dos personajes principales y prácticamente únicos (el samurai superviviente y el anfitrión misterioso) que se pasarán gran parte del filme bebiendo vino francés y dialogando sobre lo humano y lo divino. O mejor dicho, sobre lo humano y lo infernal.
El ritmo del filme es pausado y, ni que decir tiene, la mayor pretensión de Kitamura es la de impregnar la narración de cierta tensión, con una factura netamente teatral, hasta desembocar en un desenlace que estalla en forma de violenta y estilizada lucha, evidenciando el carácter eminentemente actual de la propuesta. Algo a lo que también contribuye una banda sonora compuesta básicamente por sintetizadores, que choca de lleno con el ambiente y el escenario.
"Aragami" es una película de contrastes, sin duda valiente y que, a pesar de que no termina de alcanzar un nivel excesivamente alto, por lo previsible que resulta y (tal vez) por su autoconsciente artificiosidad , sí triunfa en el aspecto de que su concepción es capaz de suscitar el interés de un espectador encantado de entrar en el juego. Una hora y cuarto bien aprovechada.
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