lunes, 9 de junio de 2008

"El alimento de los dioses", de Bert I. Gordon


FICHA ARTÍSTICA:

Título Original: "The Food of the Gods"/ Dirección y guión: Bert I. Gordon, sobre la obra de H.G. Wells/ Producción: Samuel Z. Arkoff/ Fotografía: Reginald H. Morris/ Música: Elliot Kaplan/ Montaje: Corky Ehlers/ Efectos Especiales: Bert I. Gordon y Rick Baker/ Reparto: Marjoe Gortner, Pamela Franklin, Ralph Meeker, Jon Cypher, Ida Lupino, John McLiam, Belinda Balaski, Tom Stovall, Chuck Courtney, Reg Tunnicliffe. USA. 1976. COLOR, 81'

Típica producción de Samuel Arkoff para la AIP, con su marca de fábrica. Películas pequeñas, hechas con cuatro duros pero con muchísimo entusiasmo. O lo que es lo mismo: el cine concebido como un modo de expresión para entretener, sin comerse mucho el tarro en cuanto a intencionalidad artística y mucho menos autoral, pero con toda la imaginación del mundo aplicada al servicio de la obra en cuestión. Detrás de la cámara, Bert I. Gordon, artífice de otras muestras similares como "El imperio de las hormigas", también adaptando a H.G. Wells.

Hablando del escritor británico, parece mentira lo "literario" que es un autor de la ciencia ficción más primitiva, como él. Su obra, escrita mucho antes de que este invento llamado cine fuese una realidad más o menos desarrollada, sin embargo es una fuente inagotable de historias atractivas para ser llevadas a la pantalla, casi como si hubiesen sido escritas con esa intención. Mientras la ciencia ficción de la segunda mitad del siglo XX se nutría por lo general de contenidos más introspectivos, más de ideas, las narraciones de Wells poseían todo el potencial necesario para hacer de ellas filmes vistosos y potentes: "El hombre invisible", "La Isla del Dr. Moreau", "La guerra de los mundos", "La máquina del tiempo"... o ésta que nos ocupa hoy, sin ir más lejos.

Aquí se nos cuenta la peripecia por la que atraviesan un grupo de personas que se ven asaltadas de repente por una serie de criaturas gigantescas, que no son sino animales de especies comunes, pero que han visto modificados sus patrones de crecimiento a causa de una extraña sustancia autóctona del lugar donde se desarrollan los hechos y que les sirve de alimento. Así pues, a lo largo de los ochenta minutos del filme veremos desfilar a diferentes bichos a cual más asquerosillo, con mención especial para las recurrentes ratas, que siempre son una buena fuente de "disfrute" para este tipo de historias. Y si a las ratas las pasas por la lente de aumento hasta convertirlas en roedores tamaño toro bravo, pues ya es el despiporre.


El filme posee toda la ingenuidad del mundo, con unos efectos especiales tan cutres como cabe esperar de los medios escasos que tienen esta clase de producciones (no está Harryhausen, pero sí Rick Baker, en sus comienzos). De cualquier modo, como comentaba al principio, el verdadero énfasis en este tipo de pelis radica en lo dinámicas y entretenidas que son. Y ahí sí que prácticamente no hay lugar al respiro. La acción arranca de inmediato y casi ni se detiene hasta llegar al final. Un tramo final, por cierto, donde asistimos a un curioso asedio por parte de las ratas (más crecidas que nunca) a la casa donde se refugian los personajes (con una parturienta entre ellos, para darle a la cosa mayor dramatismo y emoción).

De la misma manera, los actores no son nada del otro mundo. No hay ninguna razón para ello, dado el tipo de personajes que requiere una historia de estas características. A pesar de ello, encontramos alguna presencia curiosa, como son la de la mítica Ida Lupino, o el inolvidable "chico-Kubrick" Ralph Meeker, ambos en interpretaciones secundarias. De hecho, no es raro ver a estrellas del cine clásico en obras de serie B, al final de sus carreras.

"El alimento de los dioses" es uno de esos artefactos autoconscientes, que para nada van dirigidos a quienes busquen obras imperecederas o de perfecta ejecución. Se trata más bien del complemento ideal para cualquier programa doble de aquellos que se podían ver hace años en los cines de verano. Y que hoy en día se dejan ver con agrado, entre obras de mayor calado, a causa de su ingenuidad y falta de pretensiones. Ingenuidad no exenta de la clásica moraleja: "cuidadín con alterar la naturaleza, que luego viene ella y te la mete doblada".

Por cierto, el filme conoció una tardía secuela a finales de los ochenta, tan fuera de lugar (y de tiempo) como aquélla que se hizo sobre "Los pájaros", de Hitchcock y que venía a ser algo así como cuando te cuentan otra vez el mismo chiste ocurrente de hace veinte o treinta años y que ya te sabes de memoria, pero pretendiendo que te haga la misma gracia que entonces.

3 comentarios:

cerebrin dijo...

La tengo que revisar, pero recuerdo que cuando la vi de pequeño las ratas gigantonas me dieron un mal rollo de narices, y eso que a su tamaño natural no me dan demasiado asco de por si...

Tyla dijo...

No me extraña. Yo me imagino que ver esta peli cuando eres pequeño y más aún en nuestra época en que los efectos no eran tan sofisticados, debía ser bastante impactante.

Miguel Negrillo dijo...

Estimado camarada Tyla, tiene un pequeño reconocimiento en mi blog