miércoles, 16 de abril de 2008

"El hombre perseguido por un O.V.N.I.", de Juan Carlos Olaria


FICHA TÉCNICA:

Dirección: Juan Carlos Olaria/ Guión: Juan Xiol y Juan Carlos Olaria/ Producción: Juan Olaria/ Fotografía: Francisco Marín/ Montaje: Alberto Gasset/ Efectos Visuales: Pedro Arnedo y José Escuredo/ Música: Víctor Olcina/ Reparto: Richard Colin, Juan Olaria, Lynn Endersson, Dámaso Muní, Manuel Bronchud, Rosario Vineis, José María Montserrat y José Cascolin. España, 1976. Color. 80'

Psicotronía al poder!!

Los años setenta fueron una mina para el cine de género en España. En realidad, todo lo relacionado con el Fantástico se vendía mucho y bien: cine, literatura, revistas, programas radiofónicos y televisivos... De ahí que, además de las más famosas muestras en cuanto a cine de Terror, incluso la Ciencia Ficción cupiese en aquel espacio. Aunque fuese una Ciencia Ficción de la Señorita Pepis, como ésta. Máxime cuando en aquellos años estaba en su apogeo todo el asunto ufológico, a partir de series estadounidenses, programas como los del mítico Jiménez del Oso y productos semejantes. A lo que hay que sumar, seguramente como reacción a dicha "moda", la ola de avistamientos que tuvo lugar a lo largo y ancho del territorio español.
En ese contexto, no era especialmente raro que apareciese algo como lo que nos ocupa. Una película totalmente carente de pretensiones y prejuicios, pero que iba a quedar como una de las mayores curiosidades de nuestro cine, a tenor de la falta de continuidad de propuestas similares. Y a día de hoy, así hay que observarla.

La trama nos presenta a un señor normal y corriente que un buen día, sin saber cómo ni por qué, se ve acosado por la presencia de un platillo volante cuyos tripulantes parecen muy interesados en él. Dicho acoso implica carreras sin fin por carreteras, a campo abierto... incluso en su propio apartamento el pobre hombre no puede estar tranquilo, con el aparato flotando a escasos metros de su ventana, sobre una reconocible Barcelona.

La falta de medios es patente desde el primer fotograma hasta el último. Lo mismo que la falta de carisma del intérprete principal, Richard Kolin. Un actor que, de hecho, limitó su carrera cinematográfica al espacio de apenas tres años, con un puñado de filmes (siempre del género fantástico) en Italia o en co-producciones con España. Pero toda esa serie de carencias, a la postre, son las que acaban dotando de personalidad propia al producto.


Una película carente de complejos, como hemos dicho, en la que Olaria se permite el lujo de llamar "mutantes" a unos señores recubiertos de papel de aluminio de ése para envolver los bocadillos y cuya "sangre" es de color amarillo-mostaza. Unos mutantes que se mueven como zombies y que, de hecho, en algunas secuencias situadas en determinados escenarios recuerdan terriblemente a los templarios de Ossorio. Del mismo modo, otro detalle asemeja al filme con la trilogía templaria y no es otro que las "cantosísimas" alteraciones en la luz de las escenas de exteriores, en las que tan pronto hay luz matinal como vespertina, dentro de la misma secuencia. Eso por no hablar del particular lenguaje de los alienígenas invasores, convenientemente subtitulado, y sospechosamente parecido al vasco.

El filme ni siquiera se toma en serio a sí mismo. Y ésa es una de sus mayores virtudes. De hecho, se permite dejar un hueco al humor en varios momentos. Así pues, resulta absurdo buscar coherencias narrativas, como por ejemplo el hecho de que el personaje principal decida "escapar" del acoso del O.V.N.I. trasladándose de la ciudad a su casa de campo, como si allí fuese más fácil librarse de él. Resulta absurdo, digo, porque lo regocijante reside en el cachondeo que le entra a uno por todo el cuerpo cuando ve al protagonista, impecablemente trajeado, corre que te corre escapando de ese platillo volante con propiedades magnéticas, capaz de atraer al "flamante" utilitario del pobre hombre y llevárselo de paseo al espacio, en uno de los momentos más descacharrantes de la película. Ese plano con el coche flotando en el éter es sencillamente impagable. Lo coge George Lucas y se hubiese hinchado a vender pósters y réplicas del cochecito en miniatura.

Dicho todo lo cual (y otras cosas que me callo, porque es mejor descubrirlas por uno mismo, para mayor deleite) el filme, pese a no resistir un análisis serio, resulta francamente entretenido. Obviamente debe ser visto con la predisposición adecuada. La misma que le hace a uno disfrutar de las películas de Ed Wood o de William Castle. En todo caso y en el contexto del cine español, todavía adquiere mayor valor un producto de este calibre. El valor de una obra única, se mire por donde se mire.

1 comentario:

cerebrin dijo...

Veo que coincidimos en la apreciación con esta joyita. Muy mala, pero simpatiquisima título, tanto como su director, Juan Carlos Olaria, un tipo realmente entrañable.